El reflejo de Morfeo
El reflejo de Morfeo
Durante un largo tiempo todo fue
caos en mi cabeza, sentimientos amargos marcados como un hierro ardiendo en la
piel. Me encerré en mi misma, en ese inmenso laberinto que había labrado con
mis pensamientos; perdida en un camino del que no estaba segura querer salir. Me
refugiaba tanto en el dolor que apenas era consciente de lo que sucedía a mí
alrededor. Pasaba las noches esperando a que Morfeo me permitiera acompañarle
bajo su regazo, mientras vislumbraba el
cielo que ya apenas si tenía estrellas para mí.
Una de esas oscuras noches, me
sentía tan sola, tan vacía… La tristeza y el dolor se apoderaron de mí. No
tenía fuerzas para continuar, no así. Ya no me reconocía en el espejo, apenas
era una sombra de lo que fui. Mi vida ya no era vida. Todo era un sinsentido,
lo que me llevó a desear desaparecer del mundo.
Cogí el coche y casi sin
pensarlo, me dirigí al mar. Busqué ese lugar que sería testigo de mi hazaña, de
la última. Solo se escuchaban las olas
rompiendo con el acantilado, esas mismas olas que me iban a sumergir en la
profundidad del mar. Sentía mi cuerpo caer lentamente, nada de reproches o
culpabilidad; dejé que mi cuerpo se hundiera bajo el agua mientras mis ojos se
cerraban esperando el final.
Solo silencio. Abrí los ojos
despacio y sin comprender muy bien donde estaba, me di cuenta de que no estaba
sola. A lo lejos un hombre se acercó a mí, con una leve sonrisa pero de mirada
apagada. A escasos centímetros de mí, tomó mi mano la sujetó entre las suyas,
me miró con una calidez que hacía tiempo no sentía. Ahí estaba frente a mí.
Sabia que no podía ser cierto, él ya no estaba aquí…
Por fin me atreví a alzar mis
ojos y dejar que se cruzaran con los suyos, me acarició la cara y me susurró
que aquel no era el momento adecuado para irme con él.
Como si de un ave fénix se
tratase, resurgí de mis propias cenizas, sin saber como estaba tendida en la
orilla de una pequeña cala oculta tras las rocas. Ese momento, cuando recobré
la consciencia, recordé que existía mucho más mundo que el mío y ahora tenía la
oportunidad de recuperarlo.
Después de aquello, volví a amar
los pequeños detalles, esos que nunca olvidas, que te dan serenidad y calma;
respiré como nunca antes sintiendo el olor que embriaga cada momento.
Me sentía libre, con sensación de
omnipresencia, de ser capaz de ver y tenerlo todo; lo que me aventuró a dar un
paso más. Quería resolver viejas dudas, ver con mis propios ojos ese futuro que
tanto había imaginado y que hasta ahora había estado negando.
Habían pasado varios días y
mientras ordenaba las cosas de mi padre, encontré un sobre con mi nombre. Mis
manos temblaron al abrirlo.
En él, había una foto de los dos
en una playa cuando era una niña. No reconocía el lugar, detrás de la foto
pegado, un billete de avión. No indicaba lugar. Solo una fecha: 1 de mayo. ¡Mi
cumpleaños! Casi se me había olvidado.
Aún quedaban unas horas para el
viaje, así que dispuesta a disfrutar su último regalo e intrigada de cual sería
mi destino, preparé una pequeña maleta y fui al aeropuerto.
El sol, me deslumbró nada más
salir del avión, el clima era cálido y acogedor. Busqué mi maleta y al salir
del aeropuerto una mujer me esperaba con un cartel en el que ponía mi nombre.
Así llegué al lugar donde todo
volvería a empezar: México. ¡Estaba en México! Era el viaje que siempre
habíamos planeado.
Aquella mujer, me llevó a un
pequeño hotel a pie de playa. Una vez instalada en la habitación, me fui a
pasear por la enorme playa que rodeaba el hotel.
Era un sitio solitario, apenas
había gente y era fácil desviarse por pequeños caminos escondidos entre los
árboles. Así es como llegué a una pequeña playa rodeada de rocas.
Vi a lo lejos a un hombre que
observaba a su mujer jugar con su hija en la orilla. Me acerqué a ellos,
esperando no enfriar tan bella imagen. Al pasar al lado del hombre, se giró
hacia mí y me preguntó si quería sentarme a su lado. Me extrañó esa invitación,
ya que no quería incomodar y mucho menos irrumpir en sus vacaciones.
Con algo de timidez, me senté
junto a él. Sentí como su mirada se clavaba en mí como esperando algo. Casi de
reojo busqué su mirada pretendiendo adivinar qué estaba ocurriendo. Señaló el
bolso que colgaba de mi hombro. Aún llevaba el sobre con el billete y la foto.
La tomé con mis manos. Estábamos en esa misma playa.
-
¿Ahora lo recuerdas?- me preguntó
-
¿Cómo…?– Respondí yo
-
Dime, ¿Qué ves delante de ti?
Entonces lo entendí. En la orilla
solo quedaban los restos de un avión.
Hermosa historia.
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